El valor de la obra pública. Infraestructura para la ciudad
En esta época de discursos políticos y declaraciones de intención de los aspirantes a dirigentes políticos y gobernantes del país, es importante recordar el valor de la obra pública y la urgencia de tener políticas claras para la vida urbana. Resulta imprescindible que los futuros gobernantes sean capaces de reconocer el incontestable valor de los edificios públicos en la vida urbana en la sociedad, y precisamente por ello, no solo la “mera existencia” es suficiente, se necesita que estén bien concebidos y correctamente construidos. Para ello, la mejor forma de hacerlo, es a través de un buen proyecto de arquitectura, que no solo de cabida a cierta cantidad de metros cúbicos, sino que explote todo el potencial de mejorar la vida de las personas.
Para ello, una obra pública necesita de varios elementos para sostenerse. Primero de la decisión política de su encargo, lo que significa, tener gobiernos interesados en la construcción de lugares para la sociedad. Además, un Colegio de Arquitectos interesado en la formulación de Concursos Públicos de Arquitectura, con condiciones equitativas para todos sus agremiados. Finalmente, un grupo mayoritario de arquitectos comprometidos con el desarrollo del país, convencidos de que la arquitectura pública es fundamental para el desarrollo social.
El primer punto que debemos reconocer es que la obra pública que se proyecta en beneficio de la sociedad debe estar pensada desde el entorno urbano, desde su localización, accesibilidad, presencia, impacto y potencial desarrollo de ese lugar. La obra, no solo cumple la función de ofrecer un servicio específico, sino que, además, genera un espacio de valor para la ciudad, y promueve la construcción del espacio urbano.
Además, el proyecto, debe ser de clara “vocación pública”, es decir, que recibe a los ciudadanos, produce una empatía en ellos y ayuda a crear sentido de colectividad. Una obra pública que produce un sentido de pertenencia entre los ciudadanos aporta a la construcción del sentido de ciudadanía entre los habitantes, y eso hace que se apropien y cuiden, tanto de los espacios como de los edificios públicos, por beneficio propio y colectivo.
Finalmente, la suma de estas cualidades potencia el sentido de identidad entre los ciudadanos y la obra pública, estableciendo vínculos emocionales. Y cuando la obra es capaz de convertirse en un símbolo de identidad entre los habitantes, ese edificio o espacio colectivo, se convierte en un valor cultural, y esto, traspasa y supera el valor físico o monetario de la inversión, y asegurando su futuro por parte de la población. Estas condiciones, en última instancia, permitirán que una obra se convierta en un símbolo de representación de la sociedad hacia el mundo exterior. Por ello, la enorme responsabilidad de parte de los arquitectos, para las obras públicas, que respondan a su lugar y su tiempo, con pertinencia social y cultural.
En ese sentido, una obra pública exitosa podría entenderse como una arquitectura proyectada pensando en la sociedad y sus necesidades, así como en sus potencialidades, que nace de unas circunstancias particulares, pero su vocación pública y la empatía que pueda generar con y entre los ciudadanos, la convierte en símbolo de identidad para el país, tanto desde dentro y fuera de este. Cuando se logra conjugar todos estos elementos y se premia la calidad arquitectónica, el resultado de todos estos esfuerzos, será tener edificios que estructuren la ciudad, que mejoren la calidad de vida urbana, y se conviertan en edificios referentes para los ciudadanos.
Publicado el: 11/03/2021